miércoles, 22 de febrero de 2012

Sobre #PrimaveraValenciana o #PrimaveraEstudiantil

EN VALENCIA PEGAN POCO
 
Los jóvenes de ahora son menos gamberros de lo que éramos nosotros, aunque están peor enseñados. Si nos hubiesen dejado a los niños de los híspidos setenta, a los que no nos habían educado en el respeto a las minorías ni a no reírnos con chistes de gangosos, le hubiésemos pegado fuego, no ya a las calles de Valencia, sino hasta a los hospicios y los comedores sociales (y porque entonces no había cajeros con pobres dentro: sólo se hubiese podido verter gasofa en la puerta de las Iglesias, pero allí había demasiadas viejas). Sólo una cosa nos salvó de perdernos para el Sistema: hace treinta años los padres, los tutores, la policía, es decir, los representantes de los mayores, tenían manos, dos, acostumbradamente encallecidas de tanto requemarlas apurando colillas de "celtas" cortos sin boquilla, y sabían usarlas con maestría. Al final de cada momento excitante a los jóvenes siempre había una mano esperándonos, y no para bendecirnos.
El placer de hacerla gorda llevaba aparejada la posterior contrición. Eso aumentaba el placer, pero eso lo dejamos para otro artículo. No es que antes los adolescentes respetaran más a la autoridad. La respetaban lo mismo que ahora. Nada. Para el adolescente, la realidad es apasionante porque puede ser destruida, antes porque sí y ahora por supuesta coartada política, es decir, porque sí también. Como en los disturbios de éste último verano en Londres, la ira juvenil no es tal ira, sino juerga, subidón de dopamina. Antes la autoridad podía conciliar el sueño con eso de que no se la respetara: no buscaba respeto, buscaba temor. Lo que en esas clases de Derecho con las que dice que se aburría la número dos del PSOE, Valenciano, se llamaba "temor reverencial". Hay reverencias que sólo se pueden explicar a ostias, para que sean de provecho. La juventud siempre se ha educado excelentemente en el miedo, que adelgaza el espíritu y lo deja como a una sílfide. Las mejores virtudes ciudadanas adultas son producto del miedo pasado en las primeras edades. El niño, categoría que hoy alcanza hasta los treinta y cinco años para treinta y siete, nunca se ha enseñado en cabeza ajena, y no deja de meter el dedo en el enchufe hasta que le da una descarga, y no deja de secuestrar el espacio público hasta que le cae una carga, policial. Es una bonita lección gratis que agradecerá en el futuro.
En Valencia los estudiantes de secundaria secundan a unos antisistema ya con los huevos pelados (#PrimaveraValenciana), y acaban de aprender la clase número dos del "Barrio Sésamo", después de la que mostraba la diferencia entre "arriba" y "abajo": si se es lo bastante mayor para repartir violencia, se abulta también lo bastante como para recibirla. La policía de vez en cuanto tiene que escenificar didácticamente que no se dedica sólo a bajar gatos de los árboles. Y si los papás y los pedagogos de ahora se ponen de parte de sus malcriados contra la autoridad, es que los papás y pedagogos, de pequeños, aún recibieron poco. Aún está a tiempo la polícía de explicarles esa valiosa parábola.

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