miércoles, 29 de febrero de 2012

En Murcia se compran más libros que en ningún sitio de España

LIBROS, ESE VICIO MURCIANO
 
En una publicación, www.elpajarito.es, leo, al fin, la noticia que siempre quise preguntar pero no me había atrevido a saber: los murcianos compran más libros que en cualquier otro lugar de España, pero, tranquilos, no los leen. En otros sitios como El País Vasco o Madrid compran menos pero cometen la indiscreción de quitarles el plástico del precinto (hay quien pasa incluso de la solapa, sin hacer caso de la utilidad de las solapas: no tener que leer el relleno de después). Tanto libro y venga libro en Murcia sólo podía servir para apuntalar los tabiques, tras los últimos terremotos, como subproducto visual para hacer armonía con el color de la alfombra o para amontonarlos displicentemente siguiendo lo que decía aquélla señora de provincias de los cuadros: "libros, visto uno, vistos tos".
 
Que no se lea lo que se compra es una sabia medida, considerando que la inmensa parte de los libros vendidos son novelas, y ya concluía Plà que quien después de los cuarenta años aún lee novela -no quien la compra- "es un cretino" (hoy habría que poner los setenta cumplidos: Plà se refería a que, cuando queda poca vida, uno debe poner sus asuntos en orden, no perder el tiempo y leer sólo ensayo). Mi ama Pascuala, quien me debió golpear con el rodillo de amasar cuando me vio agarrando mis primeros tebeos, porque así no hubiese manchado el buen nombre de una familia donde lo más próximo a la imprenta de Gutemberg ha sido el papel de fumar, lo reducía a una sentencia aún mejor: "¿Libros? Lástima perras". Sobre todo, lástima de querer vivir una vida alternativa con ellos mientras la auténtica vida pasaba. Yo a las jóvenes generaciones siempre les aconsejo no leer si no quieren verse como yo. Lo de que en Murcia compremos más libros que nadie pero leamos menos que cualquiera es la aplicación práctica de aquella especie de "silogismo vicioso" de Los Hermanos Marx, en tanto a mantener el secreto del contenido de una carta: "la abriremos, pero no la leeremos, la leeremos pero no la escucharemos". En Murcia, los libros, los compraremos, para mantener la industria, pero no los escucharemos. Ya venía a decir Quevedo que los libros no se leen sino que se oyen: "con pocos pero doctos libros/ vivo en conversación con los difuntos/ y escucho con mis ojos a los muertos".
 
Me llama siempre la atención los pocos libros que encuentro cuando me convidan a las mansiones de la crema social murciana, aunque aquí salgamos a una media de doce libros por persona/año: los libros están, pero encerrados. Una cosa es que aquí los compremos, y otra que no nos avergüence que los vean las visitas. Tener libros, en Murcia, es como pedirse un vaso de leche en el "saloon" de las películas del Oeste: nadie quiere que sus vecinos lo sepan. Que luego la gente habla.

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